Horror
14 to 20 years old
2000 to 5000 words
Spanish
Story Content
El viento aullaba como un lobo hambriento, sacudiendo las ventanas de la vieja casa. Era octubre, la noche más oscura del año, y para mí, Elena, con mis diecisiete años, se sentía como el presagio de algo terrible.
Mi familia se había mudado a este pueblo hacía apenas unas semanas. Buscábamos un nuevo comienzo, lejos de los recuerdos dolorosos de la ciudad. Pero la Casa de los Robles, con su aura lúgubre y sus sombras alargadas, parecía resistirse a nuestra presencia.
Desde el primer día, sentí que algo no estaba bien. Escuchaba susurros en los rincones oscuros, veía figuras moverse en el rabillo del ojo y tenía sueños inquietantes, llenos de rostros pálidos y niños perdidos.
Mi hermano menor, Pablo, de doce años, era el más afectado. No dormía bien y se la pasaba hablando de una mujer en el jardín, una mujer vestida de negro que le sonreía con una sonrisa inquietante.
Mis padres, preocupados, intentaron descartarlo como producto de su imaginación. Pero yo sabía que algo más sucedía. Una tarde, mientras exploraba el ático polvoriento, encontré un viejo diario. Estaba escrito con una caligrafía elegante y detallaba la historia de la casa.
El diario hablaba de una bruja, una mujer llamada Agnes que había vivido en la casa hacía siglos. Se decía que Agnes practicaba magia negra y que había hecho un pacto con fuerzas oscuras para obtener poder y longevidad.
Una página relataba un ritual macabro: Agnes secuestraba niños pequeños y los sacrificaba en la noche más oscura del año, extrayendo su vitalidad para mantenerse joven. La gente del pueblo, horrorizada por sus crímenes, la había capturado y quemado en la hoguera.
Pero antes de morir, Agnes había pronunciado una maldición: “Volveré. Renacerán mis sombras y reclamaré lo que es mío” . La lectura de estas palabras heló la sangre en mis venas.
A partir de ese día, las cosas empeoraron. Las pesadillas se volvieron más vívidas, los susurros más fuertes y la presencia de la mujer en el jardín más palpable. Pablo estaba cada vez más aterrorizado, convencido de que la mujer lo llamaba por su nombre.
Una noche, Pablo desapareció. Mis padres entraron en pánico, llamando a la policía y organizando una búsqueda masiva. Pero yo sabía la verdad. Sabía que Agnes se lo había llevado.
Siguiendo mi intuición, volví al ático y busqué el diario. Lo releí una y otra vez, buscando una pista, una forma de salvar a mi hermano. Fue entonces cuando descubrí un pasaje oculto, una inscripción escrita con sangre: 'Donde la sangre nutre la tierra, allí renacerá la bruja'.
Recordé algo que había visto en el jardín, cerca de un viejo roble: una zona de tierra ennegrecida, sin rastro de vegetación. Supe que ahí era donde Agnes había realizado sus sacrificios. Sabía lo que tenía que hacer.
Con el corazón latiendo con fuerza, tomé un cuchillo de la cocina y corrí al jardín. Bajo la luz fantasmal de la luna, excavé en la tierra ennegrecida, removiendo la tierra fría y húmeda.
Pronto encontré algo duro, algo enterrado. Siguiendo cavando, revelé una caja de madera, una caja antigua y corroída. Con manos temblorosas, la abrí.
Dentro de la caja, encontré huesos. Pequeños huesos, huesos de niños. Y un colgante de plata con forma de serpiente. Al tocar el colgante, sentí una descarga eléctrica, una oleada de energía oscura recorriendo mi cuerpo.
Fue entonces cuando la vi. De pie detrás del roble, envuelta en sombras, con la misma sonrisa inquietante que había aterrorizado a Pablo. Era Agnes, más real que nunca. Parecía emerger de la misma tierra, sus ojos brillaban con una maldad ancestral.
“Me has encontrado”, dijo con una voz suave y serpentina. “Ahora, entregarás lo que me pertenece”.
Intenté huir, pero mis piernas se negaron a moverse. Estaba paralizada por el terror. Agnes se acercó a mí, extendiendo su mano huesuda hacia mi rostro.
De repente, sentí una fuerza extraña apoderándose de mí. No era mi propia fuerza. Era algo más, algo antiguo y poderoso. Empuñé el cuchillo y lo alcé contra Agnes.
“No te tengo miedo”, grité, con una voz que apenas reconocía como mía. “No permitiré que te lleves a mi hermano”.
Agnes se rio, una risa cruel y desprovista de alegría. “Eres una tonta”, dijo. “No puedes derrotarme. Soy más poderosa de lo que imaginas”.
Pero me negué a rendirme. Ataqué a Agnes con el cuchillo, golpeando con todas mis fuerzas. La batalla fue brutal, una lucha desesperada contra una fuerza sobrenatural.
Agnes me superaba en fuerza y en poder. Me arrojó al suelo una y otra vez, pero yo me levantaba siempre, impulsada por el amor por mi hermano y por la determinación de detenerla.
En un momento de desesperación, recordé las palabras del diario: 'Donde la sangre nutre la tierra...'. Me corté la palma de la mano y dejé que mi sangre goteara sobre la tierra ennegrecida.
Al instante, la tierra tembló. Un gemido resonó en el aire. Agnes gritó de dolor, retrocediendo. La sangre era su debilidad, el último vestigio de su mortalidad.
Aprovechando su vulnerabilidad, lancé el colgante de plata contra ella. El colgante la golpeó en el pecho, desintegrándose al instante. Agnes se tambaleó, sus ojos se apagaron y su cuerpo se desvaneció en una nube de humo.
Con Agnes derrotada, sentí un alivio inmenso. Pero la alegría fue efímera. Tenía que encontrar a Pablo.
Siguiendo un impulso, me dirigí a la parte más profunda del bosque. Allí, en una gruta oculta, encontré un altar de piedra cubierto de musgo y enredaderas.
Y en el altar, atado e inconsciente, estaba Pablo. Lo desaté rápidamente y lo llevé de vuelta a la casa.
Después de esa noche, nunca volvimos a ser los mismos. La Casa de los Robles había sido purgada de su mal, pero las cicatrices permanecerían para siempre.
Nunca olvidaría la experiencia, el horror que había vivido, la bruja que había intentado destruir a mi familia. Pero también había descubierto mi propia fuerza, mi capacidad para luchar contra la oscuridad.
Dejé de tener pesadillas y el miedo comenzó a desvanecerse. Empecé a valorar a mi familia, a mi hermano en especial. Siempre permanecería ese horror latente, pero podía seguir adelante.
Pablo recuperó la normalidad, aunque jamás olvidaría las vivencias de aquella noche. Sabía que algo malo había estado a punto de ocurrirle, y me estaría agradecido toda su vida.
Unas semanas más tarde nos mudamos, de nuevo en busca de una nueva vida. A veces me pregunto si la historia de la bruja y de los niños se repetirá con otros, me atormenta la idea de no haber hecho suficiente.
Sin embargo, a veces creo oír las risas de niños, sobre todo en noches de tormenta. Siempre recordaré mi lucha y lo valiente que fui, para que esas sombras nunca renacieran.